

Aaron y Stephanie
Casarse en Varadero, pero a su manera
Cuando se piensa en casarse en Varadero, no siempre significa ceremonia en la arena ni decoración tropical. Aaron y Stephanie volvieron al lugar de su primer viaje como pareja para casarse, pero lo hicieron a su manera: en una terraza frente al mar, con una cena bajo pérgolas iluminadas y una energía que desbordó cada rincón. Esta boda de destino lo tuvo todo, menos lo típico.

Proveedores:
Diseño y Decoración :
Aire de Fiesta
Fotos:
Maiquel García
Flores:
Lugar:
Meliá Internacional de Varadero
Planner Internacional:
Preety Travels








A punto de cumplir su sueño de casarse en Varadero
Aaron bajó del ascensor con toda su corte y una sonrisa que lo decía todo. Nos emocionó cuando nos confesó que seguía nuestra página desde hacía tiempo, y que casarse en Varadero con Aire de Fiesta era uno de sus mayores anhelos. En ese instante estaba a punto de hacerlo realidad.


Una forma poco común de casarse en Varadero
Contrario a lo que muchas parejas buscan al organizar una boda en Varadero, Aaron y Stephanie no querían una ceremonia sobre la arena. Eligieron en cambio la terraza del hotel: un espacio elevado, con vista directa al mar, que ofrecía comodidad sin renunciar al paisaje. Antes de entrar, los invitados se encontraron con un detalle significativo: un cartel anunciaba que la ceremonia sería sin dispositivos. Esta decisión —cada vez más común— reflejaba su deseo de vivir el momento con atención plena, sin pantallas de por medio.










Tradiciones que abrazan el alma de la ceremonia
Aaron y Stephanie eligieron integrar tradiciones llenas de significado, como el velo y el lazo, que suelen estar presentes en ceremonias religiosas. El velo los cubría como símbolo de cuidado y bendición, mientras que el lazo, colocado en forma de infinito, representaba la unión eterna. Fue un gesto íntimo y profundamente simbólico, que conectó el momento con las raíces y valores que ellos decidieron honrar.



Después de los símbolos, el beso
El velo, el lazo y cada gesto simbólico los había envuelto en una ceremonia profundamente íntima. Ya no eran solo promesas ni tradiciones elegidas: era el instante en que, frente al mar y rodeados de los suyos, se sellaba todo.




Más que damas y padrinos: su equipo, su gente, su fiesta
No podían faltar las fotos junto al mar. Aprovecharon los jardines y la playa del hotel para tener un rato a solas y también para compartir con su corte. El grupo completo —grande, diverso y con mucha chispa— fue parte esencial de la energía de la boda




Casarse en Varadero entre flores, madera y luz cálida
Después, en el área de la cena, uno de los rincones más admirados fue el seating: unas jardineras decoradas con flores frescas escondían entre sus tallos las piezas de madera con los nombres grabados. Desde ahí, el camino guiaba hacia las pérgolas, trabajadas con telas para decorar y mitigar el sol del atardecer. Las mesas largas de madera y las sillas de bambú natural mantenían el equilibrio justo entre lo elegante y lo tropical, sin olvidar que estábamos en un jardín frente al mar.





Una entrada épica
Desde el fondo, los autos clásicos hacían sonar sus bocinas mientras la corte se acercaba. Primero llegaron las damas de honor, bailando con pistolas que lanzaban billetes falsos. Luego, la corte del novio, en una entrada que mezcló ritmo, saltos y pura actitud. Finalmente, Aaron y Stephanie: él desbordando botellas de champán, ella lista para brindar sin que se enfriara el ánimo. Entre burbujas, música y carcajadas, quedó claro que vivirían una noche muy intensa.




Entre risas, también hubo calma
Después del desborde inicial, llegaron los momentos que se saborean con pausa. Frente a la mesa presidencial —con la corte completa acompañando desde el fondo—, Aaron y Stephanie compartieron su primer baile.





Cocina en vivo y estaciones al aire libre
La experiencia no terminó con la decoración ni con el brindis. La propuesta gastronómica del hotel se integró de forma natural al formato de boda al aire libre. En lugar de un servicio tradicional, se apostó por estaciones repartidas entre los jardines, con chefs cocinando en vivo frente a los invitados. Las parrillas al carbón reforzaron el ambiente relajado que tanto funciona en bodas de destino en la playa.


El grupo era pequeño. La fiesta, inmensa.
En la noche se escucharon los discursos más emotivos, seguidos de uno de los momentos más llamativos para nosotros: una tradición que nunca antes habíamos presenciado en una boda. Los invitados se acercaban a los novios para pegarles billetes directamente sobre la ropa o lanzarlos al aire en señal de abundancia y celebración. Fue una explosión de alegría colectiva, difícil de olvidar.
El resto de la noche: fiesta y más fiesta. Un grupo pequeño que se sintió como una multitud.







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